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Triangle of Sadness: La sátira como crítica del privilegio

Triangle of Sadness:

La sátira como crítica del privilegio

 – Por Mauricio Orozco 
@eralvy 

Se le llama “triángulo de la tristeza” a la zona de la frente situada entre las cejas en donde nuestras marcas de expresión faciales exteriorizan nuestro estado de ánimo. Tenemos la capacidad muscular de manipularle o hasta suprimirle por medio de Botox, dando pie a una reconstrucción de nuestra relación emocional con el mundo a partir de una careta neutralizada. Una oportunidad para mirar y desde el reconocimiento jugar con una posibilidad de la reconstrucción de lo que se ve, esa es la base en que se sitúa la más reciente película del director Ruben Östlund. 

Triangle of Sadness es el quinto largometraje de ficción del cineasta sueco, ganador de la Palme D’or en la más reciente edición del Festival de Cannes, y con la cual nos introduce a un tempestivo universo satírico sobre la sociedad contemporánea, una burla total a los sistemas que dominan el desarrollo social actual en donde destacan: la economía, la política, la belleza, las tecnologías, el privilegio y las clases sociales. Una obra que se desentiende de la decencia y que usa la catarsis en la parodia para criticar con fuerza aquello que nos oprime, divide y subyuga. 

Todo comienza con la relación amorosa entre Carl y Yaya, dos modelos con grandes características estéticas que se ciñen a lo que el mundo de la moda asegura es bello. Su relación es problemática, tóxica y banal, se centran en el provecho que extraen de ella en redes sociales mientras internamente no hay una conexión emocional que les una. Sin embargo, eso les permite que puedan usar su capacidad de influencers para obtener acceso gratuito a un viaje en un yate exclusivo en donde una tormenta sacude la estabilidad (literal y metafóricamente) de su privilegiada tripulación, quitándoles todos los ornamentos y dejándonos ver su lado más real.

A lo largo de su filmografía, el director nos ha mostrado que sus universos siempre tienen que ver con el privilegio, lo conoce, es parte de él, lo reconoce y crítica, pero no con un afán de cambiarlo o abandonarlo sino como una exploración reflexiva que detona cuestionamientos sobre sus bases y las herramientas que lo sostienen. En esta ocasión no solamente lo deconstruye, sino que nos deja acercarnos por medio de la comedia a una experiencia terapéutica que se centra en la risa como mecanismo de crítica.

Triangle of sadness parte de una construcción discursiva muy sencilla y accesible, en donde usa la universalidad de sus temas dandole al espectador un enorme abanico de opciones para verse reflejado, y que si miramos con cuidado podría ser hasta un checklist de temas en los que nos hemos visto segmentados o marginados. El largometraje lleva al espectador hasta lo mas escatológico, vulgar y estúpido con tal de ridiculizar los pilares que han dividido y desequilibrado la sociedad desde el capitalismo y aunque no cuenta nada nuevo y en momentos cae en clichés, son estas imágenes estereotípicas las que abraza para dar una contraposición audiovisual sublime que esconde un gran entramado de niveles simbólicos en donde encontramos indicios de una realidad representada meticulosamente. 

¿Qué es lo que hace a esta película tan relevante cuando hablamos de una cinta que no innova ni pretende una apuesta bajo un enfoque “artístico”? Que es justamente una manera de establecer una reproducción metaficcional de aquello que sucede con el cine mismo, creando representaciones utópicas basadas en una construcción cuidadosa que establece los idílicos de una sociedad: la fama, el glamour, el dinero, la exclusividad. Ruben Östlund conoce a la perfección la manera de crear una fórmula autodestructiva, en donde la creación audiovisual es parte fundamental de una crítica más amplia de lo que se mantiene dentro de los límites de la pantalla, acercándole más al registro de un performance que a una mera creación cinematográfica.  

Esta cinta tuvo su estreno nacional en la vigésima edición del Festival Internacional de Cine de Morelia.

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Pinocchio: El duelo como búsqueda de sentido 

Pinocchio:

El duelo como búsqueda de sentido 

 – Por Mauricio Orozco 
@eralvy 

El cine es un espacio que nos permite materializar en imágenes hasta lo que pensamos inexistente, es un médium con la capacidad de extender las capacidades de la imaginación y recurrir a exploraciones libres sobre aquello que nos apasiona así como aquello a lo que tanto le tememos. Si el cine no tiene limitaciones para crear desde cero una realidad, la animación es un páramo emancipado de toda limitación imaginable.

Guillermo del Toro es un cineasta que ha apostado incesantemente por la animación en todas sus formas, variaciones y aplicaciones; es un cineasta que constantemente nos recuerda que esta forma de creación no es un mero género audiovisual y mucho menos que se reduce a un uso que simplifique las narrativas para hacerlas aptas a públicos muy jóvenes. El trabajo de Guillermo del Toro nos recuerda que el cine animado es el medio más noble para empatizar con el relato ajeno, el cual amplia nuestra comprensión más allá del racional, abrazando y celebrando la emotividad.  

Pinocchio es el trabajo más reciente, y quizás el más ambicioso del cineasta tapatío, en donde por medio de la técnica de animación stop motion actualiza y reconstruye el relato del famoso niño de madera usando como base el libro “Las aventuras de Pinocchio” escrito por Carlo Collodi en 1883. En esta ocasión centra su narración en un periodo entreguerras, mirando a una Italia devastada por la violencia del fascismo y los horrores de la dictadura de Mussolini, pero en el fondo es solo el contexto perfecto para hablar de el amor, de la pasión, de la celebración de vida y la esperanza o cuando creemos haberlas perdido. 

En el relato podemos ver una historia llena de contrastes, vemos personajes que buscan encontrar sentido en sus vidas, situaciones en donde el dolor se apodera de la realidad y en donde se va disolviendo la esperanza frente a una constante desvirtuación del concepto de “humanidad”. Crear a un niño de madera se vuelve la metáfora perfecta para hablar del vacío ante la pérdida, la obsesión con el recuerdo y la resistencia a soltar el pasado. La cinta usa la música para establecer temas llenos de cuestionamientos existencialistas, que nos dejan entrever en los rincones del dolor sin romantizaciones ni reduccionismos, con honestidad le habla al espectador y le recuerda la fragilidad con la que dependemos de una limitada vida, y aun cuando esto puede sonar muy obscuro la mirada tierna de su director nos recuerda que siempre existe un equilibrio entre lo negativo y lo positivo dependiendo la perspectiva desde donde se mira.  

La historia resalta la relación padre e hijo, el acompañamiento y el amor incondicional, pero desentendiéndose de la perfección para crear un encadenado de situaciones en donde la muerte, el duelo y las ausencias son la base que fundamenta el deseo de ambos personaje por “convertirse en el niño de verdad”, en Pinocchio como una búsqueda del amor y reconocimiento de su padre y en Gepetto para sustituir el recuerdo de su hijo muerto. 

Es un largometraje que promueve una conexión vital y necesaria entre cada una de sus partes creativas, formales y discursivas. Hace de la música una herramienta para contrastar las emociones, la inventiva detrás de su diseño de producción nos acerca a la realidad y juega con la fantasía volviéndole natural, el meticuloso grado de detalle y milimétrica animación hacen de ella una cinta que nos recuerda las razones de porque el arte siempre ha estado presente en la historia del ser humano. 

Pinocchio es una alegoría que nos invita a sanar heridas ante la ausencia de quienes forman parte de nuestra vida como un recuerdo, y un homenaje que celebra a aquellos que toman una vital importancia en nuestra vida, y que incluso son los motivos que dan sentido a nuestra existencia.

Esta cinta tuvo su estreno nacional en la vigésima edición del Festival Internacional de Cine de Morelia.

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Close: una confrontación ante la culpa y el dolor de la pérdida. 

CLOSE:

Una confrontación ante la culpa y el dolor de la pérdida. 

 – Por Mauricio Orozco 
@eralvy 

Cuando se construyen narraciones que se centran en las infancias se debe ser cuidadoso y manejar los elementos discursivos con consideración, normalmente nos encontramos con relatos que tratan de evitar la crudeza o la realidad total de aquello que puede llegar a ser muy estrepitoso. Sin embargo, hay cineastas que han desarrollado una construcción formal milimétrica con la cual pueden presentar toda la aspereza de la realidad evadiendo la provocación y aprovechando aquello que se deja fuera, lo que no se muestra, lo que se sugiere y lo que universalmente comprendemos por medio de detalles llenos de significación. 

El cineasta belga Lukas Dhont vuelve a la dirección con su nuevo largometraje Close, presentado en la edición más reciente del Festival de Cannes, en donde se condecoró con el Gran Prix del jurado. Cuatro años después de su intenso drama adolescente Girl, vuelve para mirar con detenimiento a las infancias, sus conflictos y la manera en que les damos (o minimizamos) su importancia. En esta ocasión nos invita a ser parte de la historia de Léo y Rémi, dos amigos inseparables que llevan sus 13 años de vida compartiendo todo y, generando un lazo basado en la confianza, respeto, pero sobre todo en el cariño que sienten el uno del otro. Sin embargo, tras entrar a la escuela y ser víctimas del acoso por parte de algunos de sus compañeros que les juzgan por su gran cercanía y atención entre sí, comienzan a desarrollar una incomodidad que paulatinamente los va distanciando, hasta que un suceso trágico detona el rompimiento total de su amistad.

Un largometraje que pone como base la amistad y la inocencia infantil para hablar del amor desde un punto muy íntimo, pero no un amor romántico, sino uno fraternal, en donde los lazos sobrepasan los juicios sociales a los que estamos tan acostumbrados. Sin embargo, la narración se va complicando cuando comenzamos a ver una integración de temas como la depresión infantil, la soledad, el silencio y la incapacidad para manejar sus emociones sin un acompañamiento adecuado, proponiendo una metamorfosis del relato que pasa de la celebración al sufrimiento.

El director realiza un trabajo que se centra en los detalles, en elementos simbólicos simples, que nos van otorgando un encadenado de signos muy elocuentes con los cuales podemos ir siguiendo la degradación de su relación y las consecuencias a las que se deben enfrentar a partir de sus decisiones, y se ayuda de cada elemento fílmico (los colores, la tipología de planos, el montaje, la música y sobre todo las actuaciones de sus protagónicos) para construir un poderoso relato coming-of-age que nos deja ver las dos caras contrastadas de su universo infantil y la importancia de guiarles en sus procesos de aprendizaje en el manejo de sus emociones.  

La construcción de su relato busca que nos enfoquemos en la interacción entre los juicios sociales y el daño que pueden llegar a generar cuando un niño no tiene los mecanismos para poder entender los motivos de aquello que ante sus ojos está bien, pero frente a la mirada y los constructos arcaicos en los que todavía centramos nuestros conocimientos de crianza le dan un enfoque negativo que crea culpas y que les obliga a cuadrarse para ser parte de esa sociedad constrictora. Un potente relato que lleva las emociones a flor de piel y que nos va sensibilizando sin ser moralista o aleccionador, nos permite que los niños sean quienes, por medio de sus acciones, nos impliquen en su interacción y podamos mirar con inocencia ese caleidoscopio afectivo en el que basan su amistad. Quizás lo más interesante de esta cinta, es que genera una cruda reflexión que no otorga respuestas, pero que ayuda a plantear preguntas desde enfoques que se salen de lo habitual: ¿Cómo un niño lidia con la culpa? ¿Cómo se lleva el duelo ante una pérdida? ¿Cómo entender la manera de tratar casos de ansiedad y depresión en los más jóvenes? ¿Qué tan grave puede afectar el acoso a una persona tan receptiva emocionalmente?

Uno de los elementos más sobresalientes es la actuación del joven actor Eden Dambrine, dando vida a Léo, quien se acerca a la cámara con mucha naturalidad, desde la honestidad y la bondad de sus acciones (principalmente la elocuencia de su mirada), llevándonos a una representación que evita el drama sobrecargado y formula una relación con el espectador, que desde el minuto uno abre un puente empático imposible de obviar o evitar.

Close es un documento catártico que nos recuerda el poder del cine, la potencia del relato audiovisual y la creatividad con la que podemos construir universos que se acercan a la realidad, pero que usan la ficción para  desarrollar un espacio imaginario en el que podemos sentir su potencia terapéutica. Una película que enfatiza y pone sobre la mesa el valor de la amistad, del cariño, del amor y el acompañamiento ante un mundo hostil que encasilla como erróneo a aquello que se sale de los parámetros hegemónicos. 

Esta cinta tuvo su estreno nacional en la vigésima edición del Festival Internacional de Cine de Morelia.

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Alcarràs: La cotidianidad y la incertidumbre ante lo inesperado.

Alcarràs:

La cotidianidad y la incertidumbre ante lo inesperado.

 – Por Mauricio Orozco 
@eralvy 

La familia es un tema recurrente en el cine, hay realizadores que dedican la totalidad de su trayecto fílmico en explorar las variaciones y transformaciones de este componente básico en nuestra realidad social, una manera de reflexionar sobre las instituciones, los mecanismos de convivencia y hasta la manera en que contextualmente devienen en un reconocimiento propio de una cultura. 

Si has visto una película de Carla Simón sabrás que en cuanto comienza a correr el tiempo entras a un terremoto emocional del cual puedes esperar sensaciones llenas de cariño o estrellarte de golpe contra el dolor más punzante. En esta ocasión la directora se vuelve a centrar en la familia como tema rector que guiará al espectador en una revisión crítica sobre el rompimiento de la estabilidad y las consecuencias que derivan en una desintegración. El guion presenta a la familia Solé, quienes tienen una granja de melocotones en Alcarràs, una región rural de Cataluña, en donde llevan toda su vida cosechando esta fruta hasta que reciben una orden de desalojo por no contar con un papel que atestigüe su propiedad. La desesperación invade a la familia y la burbuja se rompe, se abren cuestionamientos sobre los roles familiares y la construcción de identidades; a partir de una revisión de la incertidumbre como mecanismo de interacción con el pasado y el futuro. 

La sensibilidad con la que distribuye micro historias en cada miembro de la familia nos permite ver un mosaico que en su todo representa este punto de cambio inevitable, pero en su individualidad nos da pistas para articular una reflexión sobre las diversas reacciones y respuestas de cada uno de los personajes, pasando por transformaciones que no siempre terminan en un cambio sino que abraza el estancamiento y la inercia frente aquello que no podemos modificar. 

La cineasta catalana ha desarrollado una maestría para generar una representación de la realidad que se materializa en una pulcra y meticulosa reproducción, pero que cuando menos lo piensas,  te inserta en un entretejido simbólico que usa el emotivo como fuente de estructuración formal, haciendo uso del lenguaje cinematográfico para inventar el propio, y dándole al espectador un lugar activo en el que participa traspasando el mero acto de mirar.

Este largometraje es una muestra fehaciente de la forma en que Carla Simón transforma la imagen fílmica en un híbrido entre una ventana a la realidad y una construcción discursiva en busca de la poética cotidiana, con la que presenta una detallada descripción que nos permite identificar la vida agrícola en España, el conflicto ante el progreso, los dilemas propios de la institución familiar y la universal representación del ser humano ante lo inesperado. 

Alcarràs nos sitúa en un relato que en superficie es sencillo, digerible y sobre todo reconocible, en donde nos podemos ver reflejados de una u otra manera, sin embargo va mutando poco a poco en un complejo entramado que nos muestra el desapego, el duelo y el enfrentamiento contra lo imposible sin caer en soluciones románticas o giros inesperados hacia una complacencia positiva, formulando una historia agridulce y muy honesta. Es una cinta que nos recuerda que una historia necesita un balance emocional, narrativo, simbólico, ideológico, referencial y poético para entretejer desde la creatividad un discurso que sobrepasa los límites del lenguaje conocido, y que se filtra entre las grietas sensoriales que abre en el espectador, deslindándose de la responsabilidad por descubrir algo nuevo, para llevarnos a una íntima conexión con aquello tan personal que permea en nuestra relación con el cine, el relato, el arte y sus representaciones de la vida. 

Esta cinta tuvo su estreno nacional en la vigésima edición del Festival Internacional de Cine de Morelia. 

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Argentina, 1985: El Derecho a la verdad histórica

Argentina, 1985: El Derecho a la verdad histórica

 – Por Paulina Pallares
@passiline23

¿Cómo saber hasta donde llega el precio por apremiarnos de la verdad? ¿Cómo perseguir la verdad en un territorio de poder? ¿Cómo desarticular las herramientas de poder desde un sistema de justicia que las reproduce?

¿Hasta que punto la verdad puede convertirse en memoria histórica? 

Estas preguntas surgen a 42 años de una fecha que ha pasado por demás desapercibida y de la llegada de una historia con el recordatorio del principio del declive de las dictaduras militares en América Latina.  Hoy en día los hechos que han marcado y reconstruido las ideologías latinoamericanas permiten volcar ante una opinión crítica las sensibilidades de sociedades como la nuestra, la de Argentina y de muchos países más que han, lastimosamente, atravesado en su historia política, crímenes de estado y de guerra desde las estructuras legitimas del poder militar. 

Argentina, 1985, ganadora del Premio del Público en el Festival San Sebastián 2022, está inspirada en el juicio acontecido en los años 80 que interpuso el fiscal Julio Strassera y su adjunto Luis Moreno Ocampo en contra de lo que hoy sabemos fue la dictadura militar más despiadada, cruenta y salvaje de la historia Argentina. Bajo un narrativa dramática, los protagonistas (Ricardo Darín y Peter Lanzani) emprenden la tarea, junto con un equipo estratégico de jóvenes, de poder solventar por medio de pruebas y testimonios, la impensable acusación hacía el mando militar que fungió entre 1976 a 1981, periodo en el que el General Jorge Rafael Videla tomó el poder a través de un golpe de estado. 

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Sin duda la verdad que se persigue atraviesa en la trama un proceso muy complejo para todos los involucrados, desde la imperiosa hostigación hacía los fiscales por parte de los medios, hasta la dificultad por el desenvolvimiento social que defendía una ultraderecha que en términos dudosos había llevado a la Argentina a la derrota de la dictadura. Los personajes protagónicos, fueron rechazados, reprobados y condenados, pero eso no los detuvo. 

Dirigida por Santiago Mitre, quien por primera vez trabaja una historia basada en hechos reales, articula herramientas narrativas que permiten contener la emoción de lo que va a suceder, despertando así a un monstruo que el dijo estaba dormido, cada emplazamiento de cámara te acerca más y retuerce la dignidad humana por la cual cada monólogo y close up que se presenta es imprescindible para que la verdad colaboré de la mano de la justicia –Darle a cada quién lo que le corresponde- la palabra a las víctimas, la sentencia a los violentadores.

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La verdad es un plato fuerte, del cual, un sector muy reducido de la población se ha apropiado. Al resto, nos ha sido negado, promoviendo la amnesia obligatoria. Desear esa verdad nos ha llevado a búsquedas inimaginables, como la de Mitre en esta historia. Búsquedas que son inevitables encontrar en nuestro pasado, en nuestras memorias, en el arte y, que mejor, en el cine.

El deseo por la verdad siempre tiene que trazar un camino acompañado de la proclamación de los derechos humanos, de la responsabilidad de difundirla a quienes la han encontrado, y de la inagotable lucha por la justicia. De lo contrario no será. 

Sin duda, el recorrido que tendrá Argentina, 1985 en todo el mundo seguirá dando de que hablar. Con su nominación a Mejor Película Internacional en los Oscars 2023, y el estreno en la Plataforma de Streaming Amazon Prime, se une al panorama de políticas gubernamentales que convergen con las diversas opiniones de regular la militancias, así como la responsabilidad social con la que se tiene que enfrentar al futuro, desde la memoria histórica.

Ya no estamos para guerras calladas.

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FICM: 20 años de celebración del cine.

FICM: 20 años de celebración del cine

 – Por Mauricio Orozco 
@eralvy 



El cine en México ha vivido grandes transformaciones a partir de nuestra entrada a los dos miles, hemos visto un resurgimiento de cineastas apasionados, una exploración narrativa llena de creatividad, así como la creación de espacios para crear comunidad, estructurar y construir mecanismos que velen por los intereses de una industria sana. El Festival Internacional de Cine de Morelia llega a su vigésimo aniversario, posicionándose como uno de esos puntos de convergencia, dedicado a apoyar a los cineastas nacionales, cultivar nuevos públicos, y a difundir la cultura cinematográfica de México.

Se ha preparado un gran festín fílmico que celebra su trayecto, aplaude el trabajo de las y los cineastas y conmemora al público que año con año se da cita en la capital michoacana. Del 22 al 29 de octubre del 2022 se llevará a cabo esta especial edición tan especial.

A partir de los cambios que detonó la pandemia mundial de COVID 19, el mundo debió adoptar mecanismos para mantenerse que ahora son una gran herramienta para expandirse y llegar a más espectadores, por lo que se ha optado que esta celebración se desarrolle en una versión híbrida con funciones presenciales en Cinépolis Morelia Centro, Cinépolis Plaza Las Américas, Teatro Mariano Matamoros, Centro Cultural Universitario y Plaza Benito Juárez, así como funciones virtuales gratuitas a través de Cinépolis Klic, Canal 22 y FilminLatino.

La selección oficial de este año tiene un gran abanico de relatos diversos con propuestas llamativas y con una gran presencia de directoras, hablándonos de una apuesta por apoyar la evolución del cine en nuestro país, la cual está conformada por:

  • Días borrosos, de Marie Benito
  •  Dos estaciones, de Juan Pablo González
  • La hija de todas las rabias, de Laura Baumeister
  •  Huesera, de Michelle Garza Cervera
  •  Manto de gemas, de Natalia López Gallardo
  •  El norte sobre el vacío, de Alejandra Márquez Abella
  •  Ruido, de Natalia Beristain
  •  Santa Bárbara, de Anaïs Pareto Onghena
  •  Trigal, de Anabel Caso 
  •  Zapatos rojos, de Carlos Eichelmann Kaiser.

De la misma manera este año se presentará como función inaugural una gala dedicada a BARDO, Falsa crónica de unas cuantas verdades, la más reciente producción del cineasta Alejandro González Iñárritu. Y se contará con el estreno nacional de Pinocho de Guillermo del Toro en una gala especial.

Parte fundamental del FICM es la conexión que establece entre cineastas y el público, y este año no será la excepción, contando con grandes invitados especiales, quienes presentarán ciclos y proyecciones especiales, como: La aclamada realizadora francesa Claire Denis, el galardonado cineasta estadounidense Barry Jenkins, el legendario productor y realizador Frank Marshall, la actriz española Maribel Verdú, el increíble cineasta Ruben Östlund, entre otros.

 

Más de una veintena de largometrajes internacionales de ficción y documental encontrarán su estreno nacional en el marco de esta vigésima edición, en donde destacan grandes producciones de cineastas jóvenes y otros con longevas trayectorias, y como ya es costumbre se contará con las galardonadas por los premios principales de los festivales europeos más importantes, tales como Triangle of Sadness, de Ruben Östlund, ganadora de la Palma de Oro del pasado Festival de Cine de Cannes. Alcarràs, de Carla Simón, ganadora del Oso de Oro del Festival de Berlín, Los reyes del mundo, de Laura Mora, ganadora de la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián, entre otras.

Se tiene contemplada una selección muy llamativa de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes en donde destaca La jauría, de Andrés Ramírez Pulido, ganadora del Gran Premio de la Crítica.  

Y desde luego también se tienen pensadas proyecciones muy especiales en colaboración con el IMCINE, el Instituto Lumière, Il Cinema Ritrovato, un merecido homenaje al cine de Alejandro Galindo gracias al apoyo de la Filmoteca de la UNAM, Cineteca Nacional y Fundación Televisa, el programa “Cine sin fronteras” con el apoyo de Fundación Coppel, un programa dedicado al actor Robert Mitchum, el Foro de los Pueblos Indígenas, con el trabajo de una decena de cineastas, entre muchas más actividades imperdibles.

Este año el FICM no solamente será un gran escaparate cinematográfico, se convierte en un espacio de convergencia, de unidad y comunidad, será una conmemoración resiliente de uno de los proyectos que apuesta por posicionar a México en el mundo y de atraer la mirada del mundo a México. Este año Morelia es el centro de reunión para las y los apasionados por el cine, una invitación a que miremos nuestro cine y celebremos aquello que se ha forjado con tanto esfuerzo, alma y corazón. 

Que el cine nos siga reuniendo, nos vemos en Morelia del 22 al 29 de octubre, y larga vida al Festival Internacional de Cine de Morelia. 

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