HIJO DE MONARCAS: DISECCIONAR LA MEMORIA

 – Por Mariana Ceja
@an_autumn_bird



Cuando las Monarcas llegan al Lago Superior no lo atraviesan directamente. (…)

Dicen que en medio del lago existió una montaña, una de las más altas del continente Norteamericano. La montaña ya no está ahí pero las mariposas la siguen recordando.

Hay algo sobre hablar de memoria e identidad que fascina. Los fantasmas de nuestra historia pasada nos dicen cosas que sólo empezamos a comprender si nos atrevemos a diseccionarla. Pero hay que saber retirar las capas con cuidado. 
Llegar al origen toma su tiempo.

Como si se tratara de un estudio anatómico, en el filme Hijo de Monarcas (Alexis Gambis, 2020) vamos examinando de manera minuciosa y detallada la historia de vida de Mendel (sí, como Gregor Johann Mendel, quien sentó las bases de la Genética), un joven biólogo mexicano en Nueva York que se especializa en el estudio de la mariposa Monarca.

Interpretado por Tenoch Huerta, Mendel inicia un viaje de autodescubrimiento y de reconstrucción tras enterarse de la muerte de su abuela en su natal Michoacán. Así, lo acompañamos en un proceso donde irá confrontándose con recuerdos dolorosos de su infancia, con la tensa relación que mantiene con su hermano mayor (Noé Hernández) y con lo que busca en su presente.

A través de la construcción de una historia y personajes complejos atrapados en sus sus propios miedos no resueltos, el guion y su elipsis nos permite unir las piezas que conforman la identidad fragmentada del protagonista: una racional (científica) y una animal (ritual-ancestral).

Sobre todo se le invita al espectador a reflexionar sobre la posibilidad de integrar ambas maneras de entender el mundo; a comprender que la existencia puede leerse en un sentido objetivo y metafórico-emocional a la vez. Oponer resistencia a alguna de las dos es librar una batalla innecesaria con nosotros mismos.

Así, sin dar sobresaltos o giros dramáticos exagerados, conforme avanza la trama la crisálida que contiene a nuestro protagonista se va quebrando poco a poco.

Y entonces somos testigos de una metamorfosis recíproca: la de Mendel y la nuestra. 

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