DIGNIDAD Y RESISTENCIA EN LAS FAUCES DE BARBA AZUL

 

 – Por Marcela Vargas Reynoso

En el folclor europeo, retomado en el siglo XV por el francés Charles Perrault, Barba Azul era un seductor que atraía a jóvenes doncellas con promesas de una vida opulenta y, una vez casadas con él, las asesinaba. En el documental La mami, de Laura Herrero Garvín, aquel siniestro personaje se transforma en un popular salón de baile en la Ciudad de México que, noche tras noche, consume la vida de las mujeres que trabajan ahí. 

La mami interna a la audiencia en el Barba Azul, uno de esos cabarets de antaño que parecen suspendidos en otra época. Las protagonistas de este documental se ganan la vida bailando y bebiendo con desconocidos en un sitio donde hasta en los muros, cubiertos de figuras de mujeres desnudas y sexualizadas, se les deja claro que ahí su cuerpo es un producto para comerciar.

El epicentro de la acción es el reino de doña Olga, cuyo apodo le da su nombre al documental. “La mami” es la encargada de los baños y del guardarropa del Barba Azul. En su juventud también bailaba en el establecimiento y hoy es la madre adoptiva de las “damas de compañía” del bar. “Mami, regálame papel”, “Mami ayúdame con este cierre”, sus protegidas dependen de ella para todo.

Herrero Garvin mantiene la cámara cerca de doña Olga como si su mirada fuera la de otra clienta que espera turno para lavarse las manos o para pedirle un consejo. Mientras se maquillan frente a los espejos de su camerino improvisado, las “hijas” de doña Olga repasan su día a día. Así, como una más entre ellas, la audiencia atiende relatos casuales, estampas cotidianas de violencia económica y sexual y de precariedad laboral. 

Priscila, por ejemplo, viene de Tijuana y encontró en el Barba Azul un trabajo temporal para cubrir los altos costos del tratamiento contra el cáncer de uno de sus hijos. Algunas son jefas de familia que mantienen solas a pequeñitos que se quedan en casa llorando cuando las ven irse por la noche a trabajar. 

A otras les preocupa salir del bar en la madrugada, medio ebrias, con riesgo de que les pase algo. La mayoría le oculta a su pareja o a su familia a qué se dedica por miedo a que las juzguen. Bailar y acompañar a los clientes es un trabajo, pero no es su identidad. Todas están ahí por necesidad o incluso, en palabras de doña Olga, “por desesperación”. Para proteger sus rostros, la fotografía de Herrero Garvin es sutil y eficaz: usa fueras de campo, muestra reacciones en los espejos ante comentarios ajenos, filma las escenas en la que las mujeres se desvisten y se arreglan sin gota de morbo.

En la pista compiten por la atención de un cliente, por la tarifa de tomarse un trago con ellos o bailar una pieza. Cada peso cuenta. En el baño, revolotean alrededor de su “mami”, se escuchan, se acompañan, se defienden unas a las otras. En una secuencia incómoda, una clienta en estado de ebriedad las interpela con desdén y un equivocado sentido de superioridad: “Yo quiero que me expliquen cómo se hace para ser puta”. Doña Olga la para en seco: este trabajo es digno y nadie puede meterse con la dignidad de sus niñas.

Como en el cuento de Barba Azul, Laura Herrero Garvin abre la puerta de una habitación secreta para revelar a las mujeres que viven cada día su propio contexto de violencia. Sus luchas no se presumen en redes sociales, no tienen su propio hashtag y la juventud “progre” las juzga sin conocerlas. La mami nos recuerda que en un país donde diez mujeres son asesinadas con violencia cada día, la resistencia también está en los pequeños gestos de la vida cotidiana, en la intimidad de un baño de mujeres.

La mami (2019)
Dir. Laura Herrero Garvín

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