JUMBO

 – Por Güero
@omniguero

Hace unos años se hicieron virales algunos documentales sobre la objetofilia: “una parafilia que consiste en sentir atracción romántica y/o sexual hacia un objeto. Incluye la creencia de que estos poseen una personalidad propia, que los dota de inteligencia y sentimientos.” Aunque las intenciones y la explotación perceptible varía en cada documental, en general cimentaron el concepto de la objetofilia como una rama más del árbol bizarro y aleatorio del entretenimiento en internet.

La viralidad, asimismo, causó el resurgimiento de noticias a lo largo de los años de personas que mantenían relaciones románticas y sexuales, en algunos casos contrayendo matrimonio con objetos como la Torre Eiffel, el Muro de Berlín, el Golden Gate Bridge, etc. Noticias que sirvieron de igual manera como alimentación para este tren de curiosidad, tanto benigna como maliciosa, en el que muchos subieron durante este periodo.

Estoy seguro que la directora belga Zoé Wittock fue una de las tantas personas que cayeron en este “rabbit hole” en algún momento. Ya sea por una noticia, un video o un documental, no lo sé. Pero sé que por suerte, Zoé cayó en el lado bueno, curioso, empático, sin juicios y sobre todo humano, de esta búsqueda. Lo que yace al final del camino de la misma, es Jumbo, su primer largometraje de ficción.

—Pero Güero, llevas casi media página y apenas mencionas el título de la película. ¿Qué tiene que ver todo esto? —se pregunta el lector.

“Basado en una historia real”. Este pequeño toque a un costado del título nos informa que Zoé reconoce la existencia de estas personas, y al reconocerlas y validar su realidad, la película se convierte de alguna forma en un homenaje para este grupo. Esta frase que acompaña el título es muy importante para entender el punto de vista que la directora toma para retratar la situación.

La ficción tiene muchísimas posibilidades por todos lados, depende de la creatividad del autor. En este caso, algunas personas podrían denunciar que al poner ese pequeño texto, Zoé Wittock se dispara en el pie o se limita severamente de forma creativa al bajar su historia y centrarse en la “realidad”.

Pero para mí es otra cosa. Ese pequeño texto es una muestra de respeto a la comunidad que retrata y marca la pauta del acercamiento que va a tener la película al tema. Porque la película tiene muchos elementos que no son realistas en lo absoluto. Pero el centro humano y emocional de la película lo es.

“Fascinada por todos los carruseles y atracciones, la empleada del parque de atracciones Jeanne comienza una relación muy especial con Jumbo. Y pronto resulta que esta atracción también se comunica con ella.” Esa es la sinópsis que encontrarán en Google si buscan la película.

Si bien es una película donde una chava se enamora de un juego mecánico, en realidad es una historia “coming of age” y “coming out” que reconoce la fórmula, cambia y juega con ciertas cosas para darnos una declaración un poco más universal sobre el amor, la diversidad sexual y la aceptación en general.

El concepto de subvertir expectativas se ha hablado mucho en los últimos años gracias a ciertos proyectos que lo han intentado con una variedad de resultados. Para muchos es una oportunidad de jugar con lo preestablecido y para otros el simple hecho de mencionarlo es causa de burla. Aquí la guionista/directora lo utiliza para darle un giro interesante a una fórmula marcada y en consecuencia entregarnos una cinta muy fresca para lo que es.

Uno de los grandes aciertos de la cinta es que se toma en serio la relación entre Jumbo y Jeanne. En ningún momento se usa la dinámica entre los dos para hacer un chiste chusco o cualquier comentario condescendiente de los realizadores. Ya que la película se narra desde la perspectiva de Jeanne, todo lo percibimos tal y como ella, serio, complicado, mágico y sombrío. El logro más grande aquí de la actriz Noémie Merlant es la forma en que nos logra comunicar el nivel de emoción que siente por esta máquina.

Un “one night stand” de la mamá de Jeanne convertido en pareja semi-estable, el personaje de Hubert tiene todas las bases para ser el típico padrastro abusivo y misógino, alcohólico y demás. Pero no, al final del día es el personaje más comprensivo y el que le brinda más apoyo a Jeanne. Subversión bien aplicada.

Otro acierto de la película es la relación entre Margarette, la mamá de Jeanne interpretada por Emmanuelle Bercot y Jeanne. Tener a dos actrices de ese calibre chocando en pantalla es un regalo agridulce, ya que Margarette es también un personaje complicado. Una madre atorada entre intentar ayudar y aguantar de cierta manera a una hija “rara” y querer balancear su propia vida social, laboral, etc. También un giro en el personaje maternal que siempre es o toda buena o toda mala, Zoé Wittock crea un personaje un poco más complejo y comprensible. Más real.

Al final, el toque de frescura más grande es el visual. La forma en que están resueltas las escenas entre Jeanne y Jumbo, en especial las de noche, son pequeños postres visuales dentro de una película muy apagada visualmente en otros espacios. Lo mejor de la película son las interacciones entre la pareja humana-máquina, a excepción de un par de secuencias que parecen levantadas directamente de “Under The Skin” de Jonathan Glazer.

Jumbo no es nada nuevo. Realmente no lo es. Pero la combinación de varios elementos diferentes cuidadosamente seleccionados dentro de esta particular estructura narrativa hacen sentir a la película como algo relativamente nuevo. Ojo, que no sea nuevo no significa que no sea bueno. Considero que Jumbo es una de las propuestas del género de “coming of age” mejor logradas y más originales dentro del marco fílmico de los últimos años.

Zoé Wittock, al enfocarse en un tema tan específico, pudo sacar la universalidad de los conceptos con los que juega el género de la manera que todas las mejores películas del mismo lo hacen. Al final no puedo evitar echarle porras a Jeanne y a Jumbo, y en la versión de Zoé del final de “The Breakfast Club”, corro con ellos, feliz, liberado, sin saber qué viene pero agradecido de lo que ha pasado.

Creo que la comunidad de los objeto-sexuales por fin tiene una pieza audiovisual que no los explota, no se burla de ellos, ni los ve como bichos raros. Un “basado en una historia real” que no da pena ni coraje. Una pieza audiovisual que los respeta, los entiende, y cuando rolan los créditos el mensaje es el mismo que en todas las películas de este género: “Relaja la raja y disfruta la fruta; que todo fluya y nada influya.”

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