CINCO LOBITOS:

La maternidad incesante.

 – Por Mauricio Orozco
@Eralvy

En el cine hemos tenido múltiples representaciones de la maternidad desde diferentes perspectivas, uno de los roles más representados en la pantalla grande. Sin embargo, la gran mayoría comparten como base una visión masculina, que opta por romantizar, y generar en el concepto de maternidad un escenario idílico y utópico de amor incondicional y entrega total. 

En la última década hemos visto grandes cuestionamientos y reflexiones cinematográficas dirigidas por mujeres, en donde sus voces nos han ofrecido una propuesta más “creíble” sobre el acto de maternar. Aquellas madres que lidian solas con la maternidad, las abnegadas, las obligadas, las que lo ven como una carga e incluso aquellas que no encuentran el amor en un hijo. Historias que develan el sufrimiento de ser madre, pero que abren un camino de interrogantes positivas para romper el juicio social sobre «mala madre», tratando de configurar y entender el amor maternal desde una construcción menos anticuada y más honesta, partiendo desde la experiencia que solamente pueden entender las personas gestantes. 

Cinco lobitos (2022) es el primer largometraje de ficción de la realizadora vasca Alauda Ruiz de Azúa, en donde plantea un retrato de la maternidad a partir de una emotiva narración que se centra en ser madre, ser hija y ser joven; desdoblando un tejido narrativo que entrelaza la historia de Amaia con la de su madre, una relación tan cotidiana que nos podemos ver reflejados y atestiguar, desde la empatía, momentos tanto de alegría como de dolor.

La historia comienza cuando Amaia vuelve a casa después de dar a luz a su primera hija, Ione. Entendemos la mecánica de sus primeros días como madre y profesionista, lidiando con un universo desconocido que se va complicando cuando Javi, el compañero de Amaia, debe viajar un par de semanas por trabajo. Estos días llevan a Amaia a la desesperación total, al sentimiento de «no saber ser madre»; un escenario lleno de llanto, papillas, accidentes y conocimientos nuevos que la obligan a pedir la ayuda de sus padres, quienes la invitan a quedarse en su casa para ayudarla con la bebé. 

Una historia que cuenta con las actuaciones de Laia Costa (Amaia) y Susi Sánchez (Begoña) como hilo conductor para encarnar las dinámicas de la relación entre madres e hijas, con lo que nos muestra que equivocarse y tener errores también es parte de ser madre. Parte de la fuerza de la película, es la naturalidad con la que permea en el espectador. Una historia cercana, que aunque no profundiza en la reflexión para tratar de explicar el concepto de maternidad, sí desarrolla una viñeta que inunda con amor, pasión, entrega y cariño; desde un entendido que dota de complejidad a algo demasiado asumido y naturalizado sobre el ser madre.  

Y más allá de tener un relato cotidiano sobre el ser madre, la narración toma fuerza a partir de la mirada de la directora con respecto a los detalles que decide enfatizar por medio de: el uso de la cámara, el diseño sonoro y el manejo del tiempo. 

La cámara se mueve con cuidado aprovechándose hasta de la angostura y limitaciones de los espacios arquitectónicos, para proponer un contraste dramático del espacio y su significación con respecto a la relación que cada personaje tiene con él. El sonido dota de emotividad y tensión, con una propuesta incesante que aprovecha los llantos, gritos y discusiones, para saturar el ambiente y hacernos apreciar el valor del silencio. Secuencias que van creando picos y bajos emocionales, permitiéndonos adentrarnos a un discurso cambiante, compuesto por escenas en donde atestiguamos: el llanto de la bebé por varios minutos, escenas en donde un abrazo se resignifica simbólicamente múltiples veces, escenas en donde la desesperación ante la imposibilidad se materializa en gestos llenos de elocuencia, y escenas donde se cierra el ciclo de una hija que se convierte en madre, pero nunca deja de ser hija.

Una película que redimensiona el concepto de la crianza.

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