ORPHEUS: 

El fin del verano

 

 –Por Árbol Rojo

La juventud es el verano de la vida, y también es entendida en la cultura actual como el pináculo de la libertad, el gozo y lo inolvidable. Estos años están marcados por la intensidad de las emociones: un éxtasis de alegría, el momento más feliz que se puede sentir; o una tristeza destructora que no parece ceder. Sea como sea, este verano se siente como el momento más importante, como un presente sin mañana, como el fin del mundo. El cineasta ruso Vadim Kostrov explora justo esto a través de una fórmula inusual.

Para una historia sobre las grandes pasiones e incertidumbres de veinteañeros, el realizador ruso decide presentar lo abrumador desde una de las perspectivas más secas que he visto en el cine. Y para nada lo digo como algo malo. Es muy ingeniosa la decisión de dar tan poco al espectador, porque así le permite llenar los espacios en blanco y crear su propia historia.

Narrativamente, Orpheus es quizás la única película que no sabría describir de qué trata exactamente. A gran escala —y muy probable la única forma de definir este filme— es una historia sobre jóvenes siendo jóvenes. Kostrov borra completamente las líneas entre el documental y la ficción y hace imposible discernir qué aspectos son recreados y cuáles son naturales. Él sigue a Anya, su primer amor, y la graba simplemente viviendo su vida, cortando entre momentos que no se logran asentar en una línea del tiempo.

Vadim quiere ayudar a Anya. Ella se ve aquejada por ansiedad, pero nunca es sabido por qué —ni un solo indicio o pista—. Interiormente Anya siente un remolino de emociones, el baile constante entre el gozo y el dolor, pero para el espectador no hay nada: todo es ajeno. Se trata de una ejemplificación perfecta de cómo la turbulenta juventud luce en el exterior, casi como si el espectador fuera la vida misma —un ente que sólo observa, sin consciencia ni juicios de valor—. 

Y es que así es la vida. El tiempo avanza y las personas cambian, algunos amores mueren y otros renacen. El verano terminará eventualmente para Anya y todo lo que considera como definitivo será en el futuro un mero recuerdo ocasional. El cambio, sin embargo, no es drástico. Kostrov filma a Anya siguiendo sus pasiones de música y viviendo en una nueva relación amorosa. La intimidad y, paradójicamente, el desapego que nutren esta película hace evidente que se trata de una carta por parte del cineasta para su querida Anya, con la intención de darle un espacio para ser y ayudarla a ver más allá de su envolvente realidad… un espacio para crecer.

Orfeo, en la mitología griega, gozaba del talento musical; con sus cantos era capaz de alegrar hasta lo inanimado. Este filme se siente como la canción de Vadim a Anya, o también como el viaje al Inframundo que Orfeo hizo para salvar el alma de su amada Eurídice. El mito acaba en tragedia, pero Kostrov está extendiéndole a Anya una súplica para que no se permita a sí misma terminar como una Eurídice.

Considerando todo esto, podría sentir que me estoy entrometiendo en un cuento personal que no me pertenece, pero afortunadamente Vadim permite que todos los que somos o fuimos jóvenes podamos vernos en el lugar de Anya. Cantar, ver una película, ir a una fiesta, platicar con un amigo… cosas tan banales que el director se hace cargo de llenar de relevancia y persistencia; una falsa trascendencia como en esos años joviales.

La espiral de emociones que agobia en el verano de la vida, aunque muy válida, no es razón para anclarse en la cola del efímero tiempo. Y a pesar de que la tesis del director ruso es una de “nada importa al fin y al cabo”, no refleja ninguna conducta pesimista. Es, al contrario, una aceptación de que el dolor y la alegría vendrán por temporadas; es fútil y limitante entenderlos como una experiencia eterna.

Tan árido y lleno de potencial significado, Orpheus puede ser interpretado de infinitas maneras. Ésta es simplemente la lectura de este autor, y aunque admito que la sequedad con la que Vadim Kostrov filma su historia puede ser tedioso por momentos, el poder del largometraje se manifiesta en momentos posteriores de reflexión. Un secreto susurrado entre dos personas y, alternativamente, un retrato en blanco para que todos pinten, Orpheus es un proyecto que apela a toda persona que ha conocido el Sol y la Luna del verano de la juventud.

Como Julio Cortázar escribió: “Siempre quejándote de todo y a la vez fingiendo no darle importancia a nada. Vives de esperanzas, pero no sabes ni qué esperas.”

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