LAILA PAKALNINA: 

Apreciar la belleza oculta en lo cotidiano. 

 – Por Mauricio Orozco
@Eralvy

Desde la invención del cine, hace más de 100 años, este mecanismo tecnológico ha evolucionado dinámicamente y en cierta medida con una voracidad imparable, en donde no solamente hemos visto un avance en la tecnología de soporte, que nos permite reproducir imágenes y sonidos captados desde una concepción ficcional o con un enfoque documental, sino que ha logrado que incluso nosotros como sociedad cambiemos por medio de una intensa popularización y facilidad para registrar nuestra realidad con diferentes fines, que no siempre terminan de ser considerados cine, pero que sí nos han ayudado a repensarle en diferentes aristas de interacción y aplicación.

Esto en cierta manera, nos ha llevado a gestar narrativas canónicas que se centran en el entretenimiento y entendimiento del espectador, por medio de formulas reconocibles que ayudan a que los mensajes sean claros guiando la mirada del público de tal forma que se adopta una posición de control, la cual no es mala, ya que a fin de cuentas ayuda a asegurar el éxito en la interacción obra-espectador. Sin embargo, esto también ha dado pie para que algunos y algunas cineastas se introduzcan para experimentar y tratar de encontrar puntos de inflexión que permitan una reconvención del medio audiovisual, dando como resultado grandes movimientos históricos que han propuesto la idea de dialogar de una manera menos “controlada” con el espectador, haciendo uso de los elementos básicos del discurso fílmico pero con otra intensión.

Hoy en día esas búsquedas han permitido que el cine sea un abanico de posibilidades narrativas y formales en las que podemos reconocer cineastas que se acercan a las formulas clásicas, pero también cineastas que miran con detalle la realidad, invitándonos a adentrarnos a una realidad mediática y ficcional en donde la apreciación de lo cotidiano es capaz de llevarnos a nuevas dimensiones por medio de una premisa básica: sorprenderse desde lo más común.  

Durante la décima edición del Festival de Cine Contemporáneo Black Canvas, se presentó una retrospectiva dedicada a Laila Pakalnina, una cineasta letona quien estudió cine en Moscú y a partir de la década de los noventa se dedicó a mirar a través de su cámara con detenimiento y envidiable atención a aquel mundo que a su alrededor se transformaba debido al colapso de la Unión Soviética, siendo este un motivo primordial para que la cineasta saliera de las grandes urbes para explorar los detalles de los paisajes rurales e industriales que eran pistas sobre ese gran rompimiento que dividió y engendró nuevas cosmovisiones poco exploradas.    

Es brillante que el Festival Black Canvas haya decidido celebrar su primer década incluyendo el arduo y constante trabajo de una cineasta que desde su mirada tan particular ha planteado una recomprensión del cine, como un recurso de registro, pero también con objetivos de exploración que terminan en una propuesta ficcional basada en un lenguaje propio que ha adoptado su complejidad a partir de lo simbólico, lo poético y lo universal que puede llegar a ser. Por medio de una compilación de una veintena de sus películas que ha sido incluida en festivales como el de Cannes, Berlín, Venecia, Roma y Locarno, entre otros, podemos adentrarnos al mundo de Laila Pakalnina desde sus cortometrajes, largometrajes, documentales y ficciones que han formado parte una filmografía que se ensancha con casi 50 producciones en poco más de tres décadas. 

Y es que el cine de Laila Pakalnina no solo se trata de hacer cine de una forma poco convencional, sino la manera en que desde una sensible y encantadora sobriedad abraza la cotidianidad por medio de recursos que la presentan en una constante transformación que se rige desde una férrea idea de abstracción buscando la belleza, incluso en lo más banal de nuestras sociedades, dotándole de una reflexión intrínseca con profundos subtextos.

Hay constantes formales en su obra que nos permiten seguir las pistas de esa exploración, como el uso del sonido y la música para dar una entonación que contrasta con aquellos paisajes que aparentan una realidad inconexa pero que según avanzamos vemos cómo se van construyendo en una panorámica llena de significaciones que nos guían en un mundo tan subjetivo. Otra constante en su obra es la ausencia de diálogos en donde los idiomas se vuelven innecesarios a partir de la universalidad del manejo de las imágenes, en donde crea mosaicos de la vida cotidiana por medio de una yuxtaposición que nos deja ver sus bases formalistas en donde nunca pierden la curiosidad para mostrar con gran proyección estética hasta lo más grotesco. Sin embargo, considero que lo más valioso de su cine es la fuerza con la que cada una de sus películas explora un espacio concreto, un tiempo preciso, un ser humano contextualizado y ligado a sus alrededores por medio de narraciones abiertas, que como la vida misma no tienen un comienzo ni un final claro, tomándolo como pretexto para componen piezas dinámicas en donde permite que de manera orgánica esos elementos habiten sus imágenes con libertad trastocando la realidad sin soltarse de ella.

El cine de Pakalnina es una invitación a observar con detenimiento, a entender que el montaje no solamente une imágenes inconexas, sino que va armando una realidad propiamente que siempre tiene algo que comunicar si nos damos la oportunidad de mirar y escuchar con detenimiento aquello que nos rodea, incluso sin la necesidad de juzgarle, sino por el mero placer de verle cambiar o mantenerse estática ante el paso del tiempo, planteando una reflexión constante sobre lo efímero de las imágenes y de la vida misma. 

Cineastas como ella son imperantes en nuestro reconocimiento cinematográfico, que por medio de su insistencia por adentrarse en la complejidad de la banalidad y lo ordinario lúdicamente, permiten que la vida se expresa sin ataduras y con una compleja relación con la sociedad, que ha adoptado esquemas que parten de la reproductividad infinita dándole un nuevo sentido al cambio y a lo inefable. 



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