The Surrogate: lo importante está en las preguntas

 – Por Orianna Paz

A lo largo de los años y a la par del desarrollo de la ciencia, hemos visto varias películas que han abordado el tema de los vientres de alquiler, la gestación por sustitución o la maternidad subrogada, en los que una mujer presta o alquila su cuerpo para gestar un bebé y, en algunos casos su óvulo, para parejas que no pueden tener hijos. Desde que en 1976 en Michigan, Estados Unidos, se produjo el primer caso de embarazo subrogado, el procedimiento y sus implicaciones morales, éticas, sociales, jurídicas y políticas ha generado un intenso debate del que el cine no ha permanecido ajeno. ¿Quién es madre? ¿La que gesta, la genética o la que “encarga” un hijo? ¿Hasta qué punto la mujer que alquila o presta su vientre puede desligarse completamente del bebé que ha crecido en su interior y entregarlo como si se tratase de un paquete? ¿Cómo influye la precariedad y la pobreza de las mujeres para decidir rentar su útero a un extraño?

Filmes como el clásico Madre alquilada (1987), del coreano Kwon-taek Im, El cuento de la doncella (Volker Schlöndorff, Alemania, 1990), basada en la obra de Margaret Atwood, de la que también se realizó la exitosa serie The Handmaid’s Tale, o Como los demás (Vincent Garenq, Francia, 2008), en el que la subrogación gira en torno a una pareja gay, ofrecen diferentes y muy variadas perspectivas sobre un tema que sigue siendo muy polémico. 

A esta complejidad, el director Jeremy Hersh, graduado de la NYU y con una formación eminentemente teatral, decide agregar en su ópera prima, The Surrogate (Estados Unidos, 2020), un conflicto aún más dramático e interesante al cóctel de la gestación subrogada: una prueba prenatal que da como resultado un feto con síndrome de Down. Jess es una joven afroamericana que en un acto de amistad y profundo amor decide convertirse en el vientre subrogado de sus mejores amigos, Josh y Aaron, una pareja gay. Todo va bien hasta que en la semana 12 descubren que el bebé tiene 99% de probabilidades de nacer con síndrome de Down. Para Jess la noticia es sorpresiva, sin embargo, con el optimismo y la energía vital que la caracterizan, intenta desde el primer momento aceptar la situación y contagiar a sus amigos de su positividad llevándolos a un centro comunitario dedicado a la atención de niños con síndrome de Down. Allí se encariña con uno de los niños, Leon, y busca insistentemente acercarse a su madre para tratar de encontrar respuestas a todas las preguntas que aquejan su mente y la de los futuros padres. No obstante, es notorio que Josh y Aaron no comparten su entusiasmo: desean abortar. Al principio, Jess respeta y acepta su decisión. Sin embargo, el vínculo que ha generado con Leon y con el propio bebé que lleva dentro y las experiencias que le ha contado una madre sobre la felicidad que ha traído a su vida su hijo con síndrome de Down y cómo ha podido superarse y ser todo lo que ha querido ser, la llevan a cuestionar, rechazar y desafiar a sus amigos al punto de cancelar su cita para el legrado y considerar la posibilidad de quedarse con el bebé y ser madre soltera.

A través de un sólido guion, también escrito por Hersh, que cuenta con diálogos argumentativos que recuerdan a la estructura teatral, producto de su formación escénica, el director presenta diversas posturas, perspectivas y sobre todo preguntas, muchas preguntas y como espectadores, nos cuestiona, nos implica, nos incomoda, nos provoca, nos motiva a la reflexión e inevitablemente nos hace tomar partido y preguntarnos ¿qué haríamos si estuviéramos en esa situación? ¿Es un hijo algo que se encarga y que al tener una “anomalía” se devuelve? ¿Tiene derecho Jess a obligar a sus amigos a hacerse cargo? ¿Hasta qué punto ella misma puede tomar en sus manos una responsabilidad tan grande que cambiará su vida para siempre? ¿Hay una política del sistema que trata de erradicar y eliminar al diferente desde antes de nacer? ¿Jess está tomando la decisión de tener a este bebé sólo para darle sentido a su vida monótona?

Éstas y otras interrogantes son las que plantea The Surrogate, una pequeña gran película indie,  seleccionada en el Festival Internacional de Cine de São Paulo y el SXSW Film Festival, que con un presupuesto mínimo logra alzar la voz sobre una problemática compleja y muy actual, en donde el protagonista es el conflicto en sí mismo, que está muy bien planteado gracias tanto a la inteligencia y sobriedad del guion de Hersh como a las brillantes y cercanas actuaciones del elenco, en particular, de la protagonista, interpretada por la debutante Jasmine Batchelor, quien logra transmitir con una enorme sensibilidad la batalla interna de emociones que experimenta Jess.

A pesar de lo polémico del tema y la discrepancia de opiniones, el filme nunca cae en el sentimentalismo o el melodrama simplista, la problemática va mucho más allá y no hay decisiones buenas o malas, sólo puntos de vista. Formalmente, The Surrogate no es una película artificiosa, es un filme de interiores tanto en términos de locaciones como de personajes, aquí lo que destaca es la lucha interna de cada uno y por lo mismo, la cámara fluye y acompaña como un testigo de la tensión cada vez más creciente entre los protagonistas.

Hersh logra en The Surrogate un acercamiento genuino, honesto y profundo a un tema muy difícil y poco explorado sin pretender aleccionar ni brindar respuestas políticamente correctas, sólo formular preguntas y provocar la discusión para que sea el público quien llegue a sus propias conclusiones. El filme es un reto, una invitación al análisis, un ejercicio apasionante que toca nuestras fibras más humanas, que nos siembra la duda y nos cuestiona en nuestros más arraigados fundamentos éticos y morales que bien vale la pena ver y que nos permite ponernos en los zapatos del otro.

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