LA COMPASIÓN ANTE EL DOLOR

 – Por Mauricio Orozco
@eralvy 

 

Japón tiene una gran historia con respecto al cine, fue uno de los primeros países que introdujo el cinematógrafo pocos años después de su invención y fue muy prolifero en su uso, tratando de encontrar nuevas convenciones y experimentar con algo novedoso, para ese momento. Desgraciadamente muchos de los primeros materiales filmados se perdieron entre el terremoto de Kanto de 1923 y los bombardeos de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. 

El legado que se ha generado a partir de estos eventos ha sido una apuesta a replantearse el futuro del cine y han encontrado la manera de hacer frente a industrias establecidas, como Hollywood, apostándole a fomentar el pensamiento oriental a partir de productos de consumo cultural como la animación.  

Se habla de que la primera película japonesa de animación conservada en su totalidad data de 1945, un vistazo a lo que Japón tenía en mente para este medio llamativo y que seguía las bases del arte pictórico que enaltece a aquel país, sin embargo debido a la ocupación estadounidense que se mantuvo hasta principios de los 50, establecieron un cambio en los procesos culturales por medio de una colonización mediática que de alguna manera quería volver todo similar a lo que en ese momento era el hito de la animación: Walt Disney. 

A partir de la salida de las fuerzas estadounidenses, hay una gran apuesta por las industrias culturales buscando reivindicar su legado y por medio de incrementar los espacios para la creación de animación, es ahí cuando surge Toei, Mushi Nihon Dōga y otras empresas como dijo el pionero del manga y del anime, Tezuka Osamu: “Nosotros no hacemos animación, hacemos anime”.

 

Gracias a esto la historia se ha escrito favorablemente para los estudios japoneses con una racha poderosa que ha permitido una distribución mundial de sus productos más conocidos, tanto mangas, series o películas, y con la globalización que ha permitido una virtualización y fuerte conexión sin fronteras, hemos visto cómo con los años son cada vez más las apuestas que se hacen por el cine oriental y, específicamente, por el anime. 

Hoy esta industria es también un semillero de creadores, de productos de alta calidad, de nuevas apuestas narrativas y un constante rompimiento de esquemas por medio de procesos de animación que se superan, no en imitar o acercarse a la realidad, sino en aprovechar esas ventajas que el universo animado nos permite para modificarla .

Actualmente estamos en un momento maravilloso en donde el anime ha tomado un valor extra en el imaginario colectivo y nos hemos permitido entender de otras maneras una caricatura de nuestra realidad. Un ejemplo claro es el manga Kimetsu no Yaiba (Demon Slayer) de Koyoharu Gotōge, quien de la mano del estudio Ufotable lo llevó a un anime para el 2019 (el cual a nivel internacional se ha distribuido por varias plataformas, entre ellas Netflix), y en 2020 se adaptó a un largometraje animado, y se ha posiciona como la película más taquillera de la historia de Japón rompiendo récords de taquillas en varios países. 

A mi parecer hay dos vertientes importantes que nos dan la pista del porqué del éxito de este producto: Por un lado la historia y su aplicación en la animación, y por el otro al maravilloso manejo mediático y las alianzas que han permitido su internacionalización. 

Demon Slayer es un anime que plantea un universo en donde los humanos debemos convivir con demonios nocturnos que atacan a la gente para satisfacer sus instintos más básicos, pero que al final son víctimas de una maldición que los hace actuar así. La historia se centra en Tanjiro Kamado un chico que a pesar de las adversidades de su realidad trata de poner siempre una actitud positiva para ayudar a su familia; lo más importante que tiene. Hasta que un día un demonio ataca su casa, dejándole a su hermana y a él huérfanos, sin embargo su hermana fue infectada por la sangre del demonio que los atacó y se vuelve víctima de la mencionada maldición, y aunque se niega a actuar como uno, Tanjiro buscará a toda costa la forma de revertir el estado de su hermana. 

La sinopsis podría sonar un tanto repetitiva, ya que hemos visto montones de películas y series en donde un hermano tiene que dar todo por su familiar, pero esta historia se presenta como una poderosa metáfora de la convivencia, comprensión y compasión para con el otro. 

Es una profunda oda al pensamiento oriental centrándose en la empatía, al amor familiar, a los amigos y a la confianza de que todo estará mejor, en donde los valores de la colectividad se van desenvolviendo de tal forma que cada capítulo es una poderosa fabula que nos deja una moraleja que aplica en la universalidad, partiendo de un principio nuclear: ¿Qué es lo que nos vuelve realmente humanos? 

Personalmente hace mucho tiempo que no veía una serie con tanta emotividad que nos ayudara a gestar una reflexión desde la propia construcción y relación entre sus personajes. Tanjiro deja el alma y el cuerpo en el campo de batalla, está cansado de ver la muerte de gente inocente a manos de los deseos de poder de unos cuantos. Pero al mismo tiempo es un ser pleno, lleno de afecto y determinación que actúa con amor, comprensión, empatía y compasión. Es un personaje que se adentra en lo que podría ser un bosquejo del humano utópico, aquel que se piensa, se conecta y se esfuerza por entender su entorno y al otro; y es desde ahí que los demás personajes son contraposiciones a él que van aprendiendo sobre sus propias capacidades para ser mejores. 

 

La historia va de la mano con un híbrido excepcional entre animación 2D y 3D que propulsan las acciones y las vuelven sumamente limpias, pero también tratando de mantener la lógica del anime, en donde la realidad es una en donde todo es posible. La animación de las batallas se vuelven un ballet perfectamente cronometrado, con tanta fluidez que se abraza de todas las emociones posibles que pueda causar en poco tiempo para propulsar al espectador a una experiencia fuera de la pantalla, ya que cada capítulo es una montaña rusa de emociones que va entre lo más emotivo hasta lo más perturbador, y se ve reflejada en la libertad en que se maneja el tiempo y las voces interiores de cada personaje.

 

Sin duda es imposible no identificar referentes que se mantienen presentes, como la relación de hermanos que nos recuerda a Hotaru no Haka (La tumba de las luciérnagas), o a los hermanos Elric de Hagane no Renkinjutsushi (Fullmetal Alchemist), e invariablemente podemos percibir los predicamentos de poder y el ritmo de la animación que pareciera hacer homenaje a Akira (Akira) o la filmografía de Estudio Ghibli.

Es esta mezcla entre una potente narrativa que parte de un cuestionamiento existencialista y humanista con la animación de un nivel de desarrollo de la más alta calidad lo que han permitido que se pueda comercializar de una manera tan efectiva a nivel mundial, ya que es un producto que aunque tiene violencia explícita, no se siente un espectáculo de la misma, sino una reflexión frente al acto de matar, morir, vivir y sobrevivir.  

Demon Slayer es un gran ejemplo que ha sabido aprovechar los múltiples niveles de desarrollo multimedia por medio de la conexión entre un manga, una serie y una película que se sienten como un producto único y que sobre todo propulsa un manejo mediático y mercantil al puro estilo de Disney, con la diferencia que la calidad de sus discursos tienen diferencias abismales.  

La serie la puedes encontrar en Netflix y la película todavía se encuentra en cartelera de salas comerciales de gran parte de México. Sin duda la recomiendo con gran fervor para disfrutar de un anime puro y sin pretensiones, que te abraza en este momento de distanciamiento social.

*Todas las imágenes son propiedad de Ufotable Studios

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