Enseñar a imaginar

ENSEÑAR A IMAGINAR

 – Por Mauricio Orozco

Cuando pensamos en nuestros profesores y profesoras, normalmente nos imaginamos las aulas en las que pasamos gran parte de nuestras vidas y en donde tuvimos experiencias inolvidables . La propia palabra “profesor” nos remite a una autoridad académica que “sabe más que nosotros” y que nos instruirá sobre algún elemento que nos ayudará a lidiar con la vida en diferentes niveles. Sin embargo la actividad de enseñanza se ha ampliado radicalmente con los años, gracias a los cambios en nuestros procesos de aprendizaje y nuestros hábitos de consumo, pero principalmente a nuestros deseos naturales por compartir nuestro conocimiento con los demás.

La labor de un profesor no se debe limita a “educar”, debe ir más allá de esa figura plana que cumple como mediador entre el conocimiento y los que desean conocer. Debe ser un guía que aprende junto a su alumnado, porque es un proceso recíproco que no termina nunca y que, invita a descentralizar esa palabra, “profesor”, para sacarlo de las aulas tradicionales.

En mi experiencia particular he dedicado una decena de años estudiando el cine desde lo más básico hasta niveles que aún me siguen sorprendiendo, y fue gracias a eso donde me di cuenta que el arte es más que un pasatiempo, más que un medio de encuentro, más que un mero acto.

A partir de este acercamiento con el arte, desde una revisión y comprensión novedosa, me encontré explicaciones del mismo que se asemejaban más hacia actos filosóficos que audiovisuales. Eso me llenó de mucha ilusión, porque comencé a valorar los grandes clásicos del cine como aquellos poderosos momentos de creación en donde los autores de esas piezas seguro habían llegado a planteamientos que el espectador común no nota, como si viniesen encriptados para de esa forma develar secretos ante los ojos más sensibles y críticos. 

Llevo cinco años como docente de diferentes áreas del cine y el arte, y me he desarrollado como un fervoroso creyente de que el conocimiento está en todos lados y que no hay una limitante que le robe la originalidad a la creación, por el simple hecho de que una pieza de arte es el cúmulo de todas aquellas breves reflexiones que se abren frente al cuestionamiento directo y empírico. Por ello es que este texto lo dedico a todas y a todos aquellos personajes que no necesariamente tuvieron que estar parados frente a un salón de clases, sino que hicieron de la pantalla de cine una pizarra interactiva con la que podemos aprender alimentados de la imaginación y el deseo. 

Esto es un agradecimiento para quienes han hecho del cine una pantalla de enseñanza, que la han convertido en un medio de interacción que desdibuja las limitaciones del sistema educativo y las propulsa a manera de nuevas metodologías de enseñanza sobre la vida misma. Personalmente no logro imaginar un mundo en el que el cine no pueda ser un escaparate de conocimiento, por medio de un desarrollo tan libre que logra que afloren experiencias que no encontramos en las ciencias exactas, o que vienen limitadas en las ciencias sociales. 

Convirtamos esto en un reconocimiento a la hermosa manera en que Agnès Varda nos invitó a repensar nuestra forma de mirar la cotidianidad, esa manera revolucionaría en otorgarle intimidad a la cámara para explorar nuestras relaciones. Va dedicado a los personajes de Federico Fellini que nos enseñaron que la diversidad social es el fruto de la amplitud de un grupo de personas que se complementan desde sus aflicciones y dolores. Es un agradecimiento a la lucidez con la que Carl Th. Dreyer logró plasmar su existencialismo religioso a partir de alegorías. Damos una ovación a la exploración de la cotidianidad desde el imaginario de Lucrecia Martel que nos devolvió la esperanza en la descentralización de historias homogéneas. Visualizo lo insípido de no poder explorar el mundo sin revisar las fracturas sociales en las viñetas crudas de Arturo Ripstein o en las enternecedoras relaciones que se gestan en las películas de Claire Denis. Me cuesta pensar en no tener un cine que te enseñe a entender tus propias emociones como lo hace Wong Kar Wai o Sofia Coppola con sus historias universales y sus personajes llenos de complejidad. 

Celebremos a aquellas personas que se han vuelto los cánones de una industria, enfoquémonos en aplaudir el trabajo de cineastas que emergen y llenan la pantalla con su juventud y sus reconversiones que permiten un proceso evolutivo del modo en que pensamos.

La enseñanza ya no se limita a un salón de clases con una pizarra al frente, se ha extendido a todas aquellas plataformas que nos van develando universos ajenos que permiten comprensión, empatía, desarrollo de emociones y sobre todo un placer por nunca perder el deseo de explorar. Es ahí donde el arte cumple un papel importante en nuestra interacción con el mundo, y en donde yo he sabido encontrar otro tipo de materiales de enseñanza y personajes, que quizás nunca conoceré en persona, pero que les considero como mis grandes guías de vida.

Ésta es mi carta de amor a toda esa devoción materializada en imágenes y sonidos para los personajes que han hecho de la pantalla una experiencia estudiantil, ya que el mejor homenaje que podemos hacer a sus formas y productos de enseñanza es tratar de incorporar aquello que nos alude a mejorar en lo individual para ser parte de ese grupo más amplio que llamamos sociedad, por medio de proyecciones metafóricas que motivan esos deseos de aprehensión, incluso en los momentos de tan poca estabilidad colectiva.

Muchas gracias a todas y a todos los que hacen del cine una extensión deseosa de nuestra necesidad por aprender y conocer.

Muchas gracias grandes maestras y maestros por hacer del cine un salón de clases.

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